Catarsis atmosférica

  Me voy a permitir la licencia de abordar este cuarto tempo-espacio compartido desde un enfoque fenomenológico. Así, las siguientes líneas se enraizarán en la propia experiencia socio-arquitectónica que es o ha sido vivida (directa o indirectamente) por la persona que las escribe, entrelazándose, además, con teoricidades relacionadas. De alguna forma se busca alentar la búsqueda de espacialidades que aún son capaces de confraternizar el cuerpo con el espacio que lo acoge mediante la democratización de la experiencia arquitectónico-sensorial.

    Así, partiendo de la posición contra-hegemonista de Michel Foucault, me gustaría reciclar una experiencia familiar: hace apenas unos meses, mi abuela se vio forzada a permanecer quince días sin salir en su recién estrenada habitación en un centro especializado, pero en ella le faltaba algo. Contaban que su mente – tan descontaminada por la civilización y cuyo vínculo psique-somático se difuminaba cada vez más – le impedía ser consciente de la realidad que la envolvía, pero aún con la picardía que tanto le caracterizaba, y acaecida por una pulsión de vida (Eros)[1], conseguía rehuir todas esas (no)miradas represivas en la búsqueda de aquel soplo de luz natural que quedó sellado, de alguna forma, en su memoria corpórea: y es que su espacio propio no era el que le habían asignado, sino aquel al fondo del pasillo[2] de su planta dónde había conseguido reunir una silla – su silla – con la luz natural que atravesaba el vidrio que remataba aquel espacio-tiempo liminal que la devolvía a su pasado, a cuando su presencia corpórea descansaba, entre los intersticios atmosféricos, sobre su silla junto a la puerta entreabierta de su ya abandonada casa. Su soplo de aire fresco (y de luz natural) era justo ese: un espacio-tiempo íntimo consigo misma y sus difuminados recuerdos y/o pensamientos que tomaban, al igual que en las Termas de Vals, la luz como hilo conductor. Un hecho que me alentó a pensar, como ya avanzó Herbert Marcuse, que existe un camino para evitar que la civilización se autoaniquile[3], en nuestro caso, dentro del espacio socio-arquitectónico: un marco espacial que como nos anticipan Marcuse y Foucault – entre otros – está cargado de ideología y constructivismos sociológicos.

    Tras lo expuesto, me preguntaba si ese camino socio-arquitectónico que nos lleva a evitar la ‘’autoaniquilación social’’ (o atrofiamiento cognitivo) desde el campo del interiorismo, no es posible hallarlo en ese espacio-tiempo liminal que es capaz de subvertir la intimidad del interior de los espacios abriéndolos hacia fuera, creando (dis)tensiones entre el interior y el exterior de los mismos donde los cuerpos quiasmáticos[4] aún pueden saborearse en sí mismos, alejados de la centralidad tecnológica de las pantallas (y su influencia mental) y saboreando, de esta forma, los estímulos del exterior. La intención de estas líneas no es otra que intentar purificar los espacios que habitamos mediante el reclamo de la experiencia multisensorial (introduciendo, además, la mirada lejana) y desrigidizada: aquella que pretende frenar el impacto visual de la sociedad moderna y tecnologizada, además de romper las dualidades arquitectónicas heredadas del racionalismo, y fomentar la democratización sensorial de un cuerpo que puede vivirse, aunque sea por un rato, a su propio tiempo – como una forma de alegar la lentitud en una sociedad absorta en el reloj – y otros poderes fácticos. La catarsis atmosférica solo será posible, como ocurría en las Termas de Vals y en el caso de mi abuela, cuando el sujeto sea capaz de elevar su corporalidad quiasmática a una intimidad total que solo es posible en aquella esfera íntima en la que el cuerpo puede ser para sí mismo, frente a todas aquellas fuerzas hegemónicas que contaminan los ambientes que habitamos. Me gusta pensar que esta es la forma de librar a los cuerpos de la auto-coerción inducida.


Nota: Muchas de las reflexiones aquí compartidas son recicladas de mi Trabajo Final de Grado.

[1] MARCUSE, Herbert. Eros y la Civilización.

[2] El pasillo se constituye – al igual que el Panóptico desgranado por Michel Foucault – como una herramienta bio-poderosa que induce determinados comportamientos.

[3] MARCUSE, Herbert. Eros y la Civilización

[4] Entendemos el cuerpo quiasmático como aquel que pretende superar la corporalidad dual introducida por Edmund Husserl – la cual planteaba un cuerpo dicotómico fragmentado en uno que es sentido (Körper) y en otro al que se considera que siente a través de lo percibido (Leib) – para convertirse en una entidad quiasmática capaz de conglomerar la dualidad cuerpo-alma.

Fotografía: Fernando Guerra | FG+SG

(Micro)Ensayo para la asignatura de Introducción a la historia del Diseño, impartida por Fredy Massad.

»Kitscheación espacial»: Case Study Houses

Para empezar a habitar verbalmente este espacio bidimensional – el folio en blanco -, me gustaría adelantarme y puentear, a través de cierta noción fotográfica, las Case Study Houses y el Lamento de las imágenes de Alfredo Jaar: decía Ansel Adams (fotógrafo americano del siglo pasado) que una fotografía no es un accidente, sino un concepto. Por consiguiente, la intención de estas líneas será, en parte, la de develar el concepto visual que aguardan las imágenes de Julius Shulman (quien fotografiara las Case Study Houses) y su trascendencia cognitivo-social en la época dorada del capitalismo americano. Pero vayamos por partes:

    La segunda gran contienda del siglo XX (la II G.M.), catapultó a EEUU a la cima económica: su capacidad manufacturera se nutría de programas universitarios que habían apostado por la Investigación y el Desarrollo, introduciendo en el panorama de entonces, y como consecuencia de lo anterior, la mayor parte de las innovaciones técnico-científicas. Este crecimiento económico dejó tras de sí un gran acopio instrumental y de recursos en el sector industrial cuando se hubo sellado la guerra, pero EEUU vio en ello la posibilidad consecuencial de reconvertir la industria bélica y reciclarla dirigiéndola hacia la producción de bienes de consumo. Así, esta ferviente sociedad que tomaba como fuente de calor la hegemonía cognitivo-capitalista se vaporizó alcanzando, incluso, el ámbito de la vivienda.

    Surgían, por tanto, las Case Study Houses (1945-1966): un conjunto experimental de viviendas residenciales patrocinadas y difundidas por la revista Arts & Architecture, gestada en Los Ángeles y capitaneada, entonces (1940-1962), por John Entenza. Un espacio cultural y bidimensional que cimentó sus códigos visuales en el trabajo proyectual de vivienda que Richard Neutra, Ray Eames y Charles Eames, Eero Shaarinen, Craig Elwood, Raphael Soriano y Pierre Koening llevaron a cabo, y que sirvieron como lienzo dinamizador del deseo humano en el ámbito residencial – y que sería inmortalizado por Julius Shulman.

    Arquitectónicamente, este proyecto se materializaba direccionando la mirada hacia la demanda de las germinantes familias normativas de clase media y media-alta que habían incrementado su horquilla como consecuencia de la prosperidad americana de la posguerra, así como por el regreso de los soldados que marcharon al frente bélico. De esta forma, estas construcciones habitacionales que bebían del resplandor capitalista de la revista, buscaban economizar todo lo posible la mano de obra e incrementar de esta forma el capital. Como principal estrategia se buscó depurar la arquitectura, aliviando su pesadez, y apostando por sistemas de precisión que la máquina industrial posbélica permitía, alentando, de esta forma, un modelo arquitectónico fácil de (re)producir tempo-económicamente. Germinaba de esta semilla una arquitectura contenedora donde la sociedad pudiera empezar a verter todas sus necesidades más innecesarias (sociedad de consumo), y sentirse propietaria de la personalización de sus espacios estética y volumétricamente – por la flexibilidad que permitían.

    Paralelamente, se ‘’bidimensionalizaron’’ estos espacios a través del objetivo de Julius Shulman que, subordinado a los intereses propagandísticos de la revista Arts & Architecture, conceptualizó en sus imágenes una cotidianidad ‘’kitscheada’’ [1] donde la ritualidad íntima de los espacios residenciales se pulveriza para alzarse como un ente que toma un carácter totalmente exhibicionista: sus espacios contenedores se construyen, tal y como avanzábamos, a partir de la materialización de un deseo que es síntoma de la seducción del inconsciente humano, y que no es más que el deseo de posesión material y la manifestación de esos bienes de consumo dentro de la caja arquitectónica. Además, se superpondrá un aliciente patriarcal que alentará a la mujer a volver al espacio doméstico – al espacio servidor de la cocina – después de que los soldados regresaran a casa y ocuparan los puestos de trabajo industriales que ellas habían desarrollado durante la guerra. Para ello, se embellecen las escenografías de la domesticidad con una idealizada figura femenina como protagonista de este espacio – ‘’su espacio’’.

    Para ir cerrando estas líneas, y a propósito de la cita Ansel Adams inicialmente expuesta, rescatamos la razón de ser de El Lamento de las imágenes de Alfredo Jaar (una instalación consistente en una pantalla en blanco alegando en contra de la sustracción masiva visual de los poderes fácticos) para ligarlo con la ideología de las Case Study Houses y escindir de ellas una conceptualización visual que no es más que la confesión de que una correcta exposición (EV) de la imagen no es siempre antagónico a la ceguera (metafóricamente hablando): la idealización es subyugada por un interés hegemónico invisible, dejando fuera del encuadre cognitivo las artimañas fácticas.


[1]  El término ‘’kitschear’’ se reinterpreta a partir de la noción ‘’Kitsch’’ heredada de Vanguardia y Kitsch (1939) de Clement Greenberg

(Micro)Ensayo para la asignatura de Introducción a la historia del Diseño, impartida por Fredy Massad.