Blurry like the night: using black and white filters so the corners of our mouths can pretend they don’t share the same coordinates. Halfway between our cardinal points. We were watched by the ticking of distracted and (slightly) unworried hours.
In black and white. Like looks that, silently run (away) in the dark till they meet on a tiny mole that emphasises the night’s immensity, revealed in every single pore of untattooed skins: improvising. Clinging to a restless present whose draft has already been written and whose traces of what was planned vanish in mutual sighs; interweaving themselves under the spontaneity of stories written on the go. Like spoken letters that rise up in train wagons, silent until that the beauty mark becomes a mirror of reciprocal glances.
Black and white mouth corners that share their sillhouet in shadow casted on frames yet to be drawn. Drafted, on the go, by the glint of inexperienced glances whose limited hours mark the past. From now on, they don’t want to take away the countdown they know comes along with them: uncertain for not knowing if it truly is uncrossable limit.
To mislead the outline of ink that watches us behind the glass. Expectant. Longing to go over matching lip silhouettes; like puzzle pieces making those knowing smiles that, deep down, look forward to be sealed with permanent ink. So that they will remain engraved in case these skins, eventually, decide to shed.
In black and white as a circumstantial need: to hide the tonality of everything that can reveal the guidelines of what is established, moving us away from the intuitive element that the most adventurous letters hide.
To remove the make-up on the bags of our desire to conjugate in present and postpone, as much as possible, the time it awaits to be revealed. Immortalizing them like this. In black and white.
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Difusos como la noche: filtros en blanco y negro para disimular que nuestras comisuras comparten coordenadas. Equidistantes de los puntos cardinales. Supervisadas por el tic tac de horas despistadas y algo despreocupadas.
En blanco y negro. Como las miradas que, silenciosas, (se) fugan en la oscuridad hasta cruzarse en algún diminuto lunar que acentúa la inmensidad de la noche, revelada en cada poro de pieles aún sin tatuar: improvisando. Aferrándonos a un presente inquieto cuyo borrador se escribe en diferido y cuyas trazas de lo planeado se esfuman en suspiros de dos; entrelazándose bajo la espontaneidad de historias escritas sobre la marcha. Como las letras dialogadas que surgen en vagones de tren, mudas hasta que el lunar de convergencia se convierte en un espejo de miradas recíprocas.
Comisuras en blanco y negro que comparten silueta en sombras proyectadas sobre fotogramas aún sin trazar. Delineadas, sobre la marcha, por el tornasol de miradas inexpertas cuyas horas contadas, marcan en pasado. En adelante, no quieren des-contar a la cuenta atrás que saben les acompaña: incierta al desconocer si se trata, realmente, de un límite infranqueable.
Desorientar el trazado de la tinta que aún nos observa tras el cristal. Expectante. Ansiando recorrer siluetas de labios que encajan entre sí; como las piezas del puzle que forman las sonrisas cómplices de estas letras que, en el fondo, buscan ser selladas con tinta permanente. Para así, quedar grabadas en el caso de que estas pieles, finalmente, decidan mudar.
En blanco y negro como necesidad circunstancial: encubrir las tonalidades de todo aquello que pueda revelarnos las directrices de lo ya establecido, alejándonos del factor intuitivo que escoden las letras más aventureras.
Desmaquillarle las ojeras a nuestras ganas de conjugar en presente y posponer, todo lo que se pueda, el tiempo que espera ser revelado. Inmortalizarlas así. En blanco y negro.
_Marieta